Zurdos, para la idea que manejan quienes nos gobiernan desde el desconocimiento, somos todos. Cuando el mundo comienza a escapar, por primera vez en siglos, de la dicotomía izquierda-derecha, se nos viene a encasillar. ¿Por qué? Porque es más fácil ubicarnos que dejarnos flotar. Como un dólar, pisado para no afrontar una realidad que quitaría votos en año impar.

Mientras el poder en el mundo busca prescindir del ser humano y todos sus "problemas" (lo que los zurdos llaman "derechos"), a sus peones en países de menos valía los mandaron a dividir para poder llevar a cabo un plan. Plan que no necesita izquierdas o derechas, sino a pocos arriba y muchos abajo.

Pero el problema no está en el presidente, sus exégetas y los endebles argumentos. El gran problema está en la confusa noción de cultura y en la no-gestión de las oposiciones, que se ocupan del espectáculo y de ensalzar figuras políticas con muchas inseguridades, muchas ganas de fotitos y muchos negocios personales pero pocas soluciones, antes que en dar micro-batallas culturales.

Porque el problema acá es cómo tratar al fascismo. Hace justo treinta años pasó algo que marcó a una generación. Eric Cantona es un futbolista francés, de los mejores de la historia. Jugaba en Manchester United de Inglaterra, también de los mejores equipos del mundo en los noventas. Enfrentaban a un pequeño cuadro de Londres, el Crystal Palace. En el Reino Unido no hay alambrados; es decir, casi nada separa a los jugadores del público. En un momento, Eric ve a un fanático del Palace golpearse el pecho y levantar el brazo derecho. No se preguntó si era por alguna condición, como hacen muchos que quieren justificar a Elon (las personas con Asperger distinguen en bien del mal; fin de la discusión). Se encaminó hacia ese lado del campo y, sin mediar palabra, con una patada voladora le estampó los botines en el pecho. No se preguntó si era el clima de la época. No se preguntó si era conveniente para su carrera, como harían los futbolistas actuales (se comió ocho meses de suspensión). Solo dijo lo siguiente: "al fascismo no se lo discute, se lo destruye." Clarito.

Por Pablo Scarpaci. Licenciado en Letras. Docente.