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Fue amigo de Alfredo Astiz en la Escuela Naval y cuenta cómo entrenaron al “Ángel de la muerte” para la represión ilegal

15 de Octubre de 2019

Los periodistas Eduardo Anguita y Daniel Cecchini son los autores de la nota publicada en Infobae. El protagonista de la historia es Julio Urien, quien junto al militar estudiaron juntos y formaron parte del equipo de rugby de la Escuela Naval. Sus caminos se bifurcaron. En 1972, Urien participó del levantamiento de la ESMA para apoyar el regreso de Perón, para ese entonces Astiz ya recibía entrenamiento para participar en los grupos de tareas en la “guerra antisubversiva”.

Astiz

El escenario fue el Astillero Río Santiago, al lado de la Escuela Naval Militar, en la localidad bonaerense de Ensenada y la reunión era entre marinos que habían estado en bandos distintos.

Fue en 2006, poco después de que Julio Urien fuera nombrado presidente del astillero. Por coincidencia, era el año en que la Fragata Libertad, ese magnífico buque donde navegan los cadetes del último año, recibía el mantenimiento de “media vida”. Además de Urien, en el encuentro estaban el jefe de la Armada, almirante Jorge Godoy y seis jefes navales más. Urien estaba en la cabecera de la amplia mesa de la sala de reuniones, de civil, el resto uniformados.

Así comienza la nota escrita por los periodistas Eduardo Anguita y Daniel Cecchini y publicada en Infobae.

-Señores, estas son las idas y vueltas de la historia. Me sublevé, fui montonero y hoy estamos sentados en la misma mesa para reparar la Fragata Libertad. Lo que les digo es que para recorrer este camino hay algo que no se negocia: Memoria, Verdad y Justicia –relata Urien que les dijo a sus interlocutores.

Tras un breve silencio de caras tensas, el almirante Godoy se paró y se acercó a Urien, quien se paró al ver que Godoy le extendía los brazos. El resto de los presentes vio como el jefe naval abrazaba a quien, en noviembre de 1972, junto a un numeroso grupo de guardiamarinas y suboficiales de la Escuela de Mecánica de la Armada, desconocieron a sus mandos y salieron armados camino a Ezeiza. Era el día en que Juan Perón volvía al país, en plena dictadura de Alejandro Lanusse, después de 17 años de no pisar tierra argentina.

En la sala de reuniones del astillero se habló de la Fragata Libertad. El clima se fue haciendo más distendido y, sobre el final, el capitán Torres, jefe de la Escuela Naval, lo invitó a Urien a cruzarse y recorrerla.

Justamente allí, entre 1968 y 1971, se había formado Urien. Era de la promoción 100, la misma camada de Alfredo Astiz, con quien Urien había forjado una amistad inicial cuando juntos armaron el equipo de rugby.

Al terminar la reunión, un alto oficial se acercó y le dijo si no quería ir a visitar a Astiz, preso desde hacía tres años. La respuesta de Urien fue tajante:

-No.

Habían pasado 38 años. Unos 180 jóvenes de entre 18 y 20 años vivían en las instalaciones de la Escuela Naval Militar donde estudiaban y recibían formación militar. Salían los fines de semana. Corría el año 1968, plena dictadura de Juan Carlos Onganía. Urien jugaba de octavo desde chico en el Club Atlético San Isidro.

Era grandote y, no bien entró a la Escuela Naval, recibió el apodo de Caballo. Astiz, a quien le habían puesto el alias de Chupaleta, había jugado en su Mar del Plata natal de ala. Dos puestos muy complementarios en el rugby. La pelota ovalada actuó para forjar una amistad entre ellos. Más de una vez, Chupaleta iba a la casa familiar del Caballo en San Isidro.

La metamorfosis. Urien era el mayor de cinco hijos del juez nacionalista Julio Urien -que se había visto varias veces con Perón- y cuya madre, Susana Trotz, provenía de una familia con muchos militares de Ejército. Astiz era hijo de un oficial naval que llegó hasta el grado de teniente de Corbeta: en las luchas internas entre “azules y colorados”, el teniente Alfredo Bernardo Astiz estuvo entre los colorados –antiperonistas jugados- y perdieron ante los azules, también antiperonistas pero dispuestos al diálogo, sobre todo con los sindicalistas del “peronismo sin Perón”.

Cuando Julio Urien llenó la planilla de ingreso a la Escuela Naval debía contestar algunas preguntas. Una era ¿a qué políticos admira? Su idea era poner Ernesto Guevara –recientemente fusilado en Bolivia- y al líder comunista chino Mao Tse Tung. Tuvo la precaución de preguntarle a su padre, quien le sugirió que pusiera figuras como John Fitzgerald Kennedy. Como las relaciones familiares y de castas pesaban mucho, Julio fue recomendado nada menos que por el jefe de la Armada de aquella dictadura, el almirante Pedro Gnavi.

Los cadetes navales miran el mar, viven con códigos muy de ghetto y aunque la Argentina de 1968 era turbulenta, los muchachos de la Promoción 100 estaban consustanciados con las estrictas normas de la Armada.

“En primero y segundo año recibimos el modelo de combate regular tomado del modelo de la Infantería de Marina norteamericana. Pero en los dos últimos años recibimos instrucción antisubversiva. Pasamos de la Defensa de la Soberanía por el peligro de un ataque externo a la persecución de supuestos enemigos internos. Eso era una contradicción en el rol de las Fuerzas Armadas. Y fue justamente nuestra promoción la primera en vivir ese violento cambio”, cuenta Urien a Infobae.

La prueba palpable de ese cambio la vivieron incluso en pleno segundo año. Fue en la jura de la Bandera del 20 de junio de 1969 en Rosario.

“No había pasado un mes del Cordobazo y los mandos nos dijeron que para el desfile teníamos que ir con los fusiles cargados y con la bayoneta. En caso de disturbios debíamos formar cuñas para neutralizar eventuales ataques que podían venir del público. La pregunta que nos surgía era ¿por qué no nos quiere la gente?”, recuerda.

A fines de 1971, el Centro de Publicaciones Navales editó, como cada año, un libro con la historia de la promoción saliente, la 100. Allí se contaban los cuatro años de Escuela Naval y, en clave de composición escolar, el tormentoso desfile rosarino: “Partimos rumbo a Santa Fe. Todo hubiera sido perfecto, de no mediar las flores que en la acogida nos arrojaron. Desgraciadamente, los olvidadizos santafesinos no previeron sacar a las flores las macetas. La fiesta tuvimos que hacerla en casa, pan con pan, porque las chicas se quedaron en sus casas”.

Aunque el relato parece dar cuenta de una anécdota banal, a partir de allí se incubó una división fuerte entre los jóvenes aspirantes a oficiales navales. En la Armada, el arma más antiperonista, se abría una cuña. Todavía no sabían hacia dónde iban. Sin embargo, Urien no estaba solo: Aníbal Acosta, Mendoza, Mario Actis, Gatti y algunos otros de sus compañeros de promoción empezaban a discutir en voz cada vez más alta. En la vereda opuesta, Carlos Suárez Mason (hijo de quien fuera luego general), Ricardo Cavallo, Cionche y otros, veían como referente a Astiz.

La concentración previa al viaje. En lugar del tradicional periplo en la Fragata Libertad, el centenar de cadetes que terminaba el cuarto año de la Escuela Naval, viajaría en el crucero ARA La Argentina, que volvía a su condición de “buque escuela” pero equipado con armamento.

Debían zarpar el 2 de agosto de ese 1971 y volver el 28 de noviembre: la salida y el regreso desde Buenos Aires con múltiples paradas: Dakar, Casablanca, Nápoles, Barcelona, Le Haver, Londres, Puerto Rico, Santo Domingo y La Guayra.

Los cadetes estaban excitados con semejante travesía y, días antes, fueron a Puerto Nuevo a una concentración de dos semanas que incluía dos clases de Historia del profesor Del Campo Wilson. El propio Ricardo Serpico Cavallo (condenado a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad) le contó al periodista José Vales los detalles de las diferencias que emergieron en la primera clase.

“Del Campo Wilson –dijo Cavallo- comenzó a justificar la influencia de Estados Unidos en toda Latinoamérica ante el avance soviético. Frente a la efervescencia y la fractura política en la que se encontraba el país se estaban colando en ese momento en la Marina de Guerra y llegarían a provocar uno de los pocos elementos disonantes de su historia”.

Según el relato del propio Cavallo, uno de los alumnos cuestionó esa visión y luego Mario Galli apoyó esa crítica “que a Del Campo Wilson le pareció ‘peronista’ y disparó la discusión hasta que Urien gritó, desde el último banco del aula improvisada, su posición anticolonialista. Cadete de excelentes calificaciones, el Caballo Urien era más fiel a su herencia familiar que a las posiciones probritánicas de la Armada”.

Cavallo contó estas cosas a José Vales en 2001, detenido en una cárcel mexicana, antes de ser traído a la Argentina donde se lo acusaba de haber sido uno de los más destacados en la aplicación de torturas y la desaparición de personas.

-Se levantó tanta polvareda ese día que Del Campo Wilson no dio la segunda clase –cuenta Urien a Infobae-. Pero ese día, vino a vernos el capitán Poblet, jefe de Estudios, y dijo: “Ese es el pensamiento de la Marina, y el que no esté de acuerdo no tiene nada que hacer acá”. La realidad era que el grueso de la promoción estaba en completo desacuerdo con esos puntos de vista. Nosotros cultivábamos una mirada sanmartiniana para las Fuerzas Armadas, incluso muchos de nosotros teníamos reuniones periódicas con cadetes del Colegio Militar porque en el Ejército también había gente que pensaba como nosotros.

Urien también menciona que “Astiz quedaba en minoría” y que para entonces “no se hablaban”.

El viaje y el último entrenamiento. El Crucero La Argentina llevaba unos seiscientos hombres entre oficiales, cadetes y, la gran mayoría, suboficiales. Como indicaban los reglamentos de la Armada, a bordo no viajaban mujeres.

Urien iba entendiendo los códigos de a poco y con su grupo se ingeniaba para entrar en contacto con los suboficiales. A su vez, Astiz seguía con atención las lecturas de “los zurdos”. En un momento lo encaró a uno que tenía nada menos que La guerra de guerrillas del Che Guevara. El cadete, rápido de reflejos, le dijo que esa lectura era para “saber cómo actúa el enemigo”.

La biblioteca de Astiz y sus seguidores tenía como libros de cabecera al ex soldado colonialista francés –y de muy buena pluma- Jean Larteguy, quien en la trilogía Los centuriones, Los pretorianos y Los mercenarios, pone en clave romántica las guerras llevadas a cabo por Francia tanto en Indochina como en Argelia, donde las torturas y eliminación de personas estuvieron a la orden del día.

Los meses de convivencia en altamar le hacían pensar a Urien que algo distinto debía hacer. Pero aún faltaba un elemento que lo convenciera.

-En enero de 1972, la promoción fue a Tierra del Fuego. Unos veinte elegimos Infantería de Marina y la mayoría fueron a Flota. Ahí íbamos a recibir un entrenamiento muy exigente –dice Urien.

“Guerra antisubversiva”. Hasta ese momento, la preparación consistía en maniobras de guerra regular, tanto para la flota como para la infantería. La infantería tenía que hacer los tradicionales desembarcos de vehículos anfibios en cabeceras de playa sosteniendo combate contra la artillería y la infantería enemigas. Pero esta vez había un curso nuevo, diferente: estaba a cargo de unos oficiales navales que habían sido preparados por militares norteamericanos en la Escuela de las Américas de Panamá, y se presentaba como “curso de supervivencia”.

Cuando se encontró con Mario Galli, Urien le contó lo que se había enterado: “Supervivencia es la fachada. Pero te aclaran que es un curso antisubversivo. No es para guerra tradicional sino para guerra interna. Te hacen actuar en pequeños grupos guerrilleros que supuestamente operan tras la frontera de un país comunista”.

Los que hicieron de “enemigos” fueron los del Batallón de Infantería Naval 5, los de Tierra del Fuego, gente muy entrenada por los tradicionales problemas limítrofes con Chile. Los alojaron en la base naval de Río Grande, Tierra del Fuego y el oficial que dirigía el ejercicio juntó a Urien con otros cinco y les dio una misión. Debían formar una patrulla para “infiltrarse en territorio comunista. La misión de cada comando es secreta. Una vez que traspasen las líneas enemigas deberán sabotear puntos neurálgicos. El objetivo principal serán los radares. Al tercer día van a tener un contacto con un partisano que les va a dar la localización exacta de los objetivos”.

Con poco alimento, uniformes de rezago de la marina norteamericana, equipo de comunicaciones, explosivos, fusiles, pistolas y bayonetas se internaron en la zona boscosa. Tras capturar un camión cargado de ovejas que les sirvieron de camuflaje, viajaron hasta el lago Fagnano, un paisaje tan hermoso como satánica le resultaba la misión a Urien.

La segunda etapa consistía en marchar hasta conectarse con “un partisano” que fungía de enemigo de los “comunistas”. Después, con su ayuda, debían poner explosivos y volar unos radares.

Lograron dar con el partisano, en realidad un suboficial curtido de la Armada quien les indicó dónde estaban los radares y dónde una balsa en el lago como para poder retirarse. Los radares de utilería volaron por los aires, se fueron en la balsa y se dieron cuenta de que el hambre los mataba. Se acercaron a una casa donde había un chancho y, cuerpo a tierra, fueron en su búsqueda: cayeron en una ratonera. Los “comunistas” los esperaban allí. Al rato, los saboteadores ataviados con uniformes de los marines estaban en el BIN 5.

Los interrogadores arrastraban las erres como si fueran soldados soviéticos. Al rato, ya que no cooperaba con los interrogadores, Urien estaba estaqueado en el piso, tiritando de frío. Al rato le hicieron “el submarino” y le pegaron en las orejas hasta dejarlo sin audición.

Al cabo de un rato, el interrogador dejó de simular ser soviético y con tonada argentina, le dijo: “Ha demostrado un alto grado de moral. Lo felicito”.

De los 25 futuros infantes navales sólo dos no habían “cantado”. La Armada sacaba lecciones que servirían tiempo más tarde.

Urien Julio

Trelew y los primeros grupos de tareas. El 22 de agosto de 1972, Urien estaba de maniobras en los médanos cerca de Puerto Belgrano. Lo habían destinado al Batallón 2 de Asalto. Se enteró por un suboficial que en la Base Almirante Zar habían fusilado a un grupo numeroso de guerrilleros que se habían rendido en el aeropuerto de Trelew tras fugarse del penal de Rawson.

Los mandos navales decidieron que ese batallón debía ser trasladado a la ESMA para tareas de seguridad y prevención de choques con la guerrilla. Por sus calificaciones, lo pusieron a cargo de la instrucción de la tropa. Para entonces, ya estaba en contacto con Montoneros.

Se acercaba el regreso de Perón a la Argentina y Urien estaba decidido a ser protagonista, junto a un numeroso grupo de oficiales y de suboficiales en ese 17 de noviembre cuando el general pisara tierra argentina. De modo simultáneo, una de las compañías del Batallón de Asalto, recibía como misión hacer patrullajes de civil y con armas escondidas, en los objetivos que la Armada consideraba posibles objetivos de la guerrilla.

-Los organizaron como grupos de tareas – dice Urien.

Julio César Urien fue detenido con otros marinos el 17 de noviembre de 1972 y liberado por la amnistía del 25 de mayo de 1973. Años después, fue detenido por la dictadura y estuvo preso hasta el retorno de la democracia.

Alfredo Astiz recién fue detenido en 2006 y en 2011 fue condenado a prisión perpetua por su participación en los grupos de tareas de la ESMA durante la dictadura.

 

 

 

 

 

 

Fuente: Infobae

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