Con un contexto por demás complicado y ante una situación deportiva límite, Argentina volvió tras un letargo que ya llevaba bastante tiempo. Desde lo actitudinal y futbolístico, hoy, fue algo muy distinto a lo que venía manifestando en las Eliminatorias y en los dos primeros partidos del Mundial (Rusia 2018). Pero pareciera que siempre existe un "pero" en esta historia actual de la selección. Todo lo bueno que vimos en el primer tiempo con un bloque compacto presionando desde el primer segundo, con Lionel Messi en modo Barcelona, con las inclusiones de Éver Banega como arquitecto de la jugada, asistiendo y haciendo jugar, y con Gonzalo Higuaín como referencia y pivote, obligando a la atención permanente de los centrales nigerianos, dejando más espacio a espaldas de los volantes rivales, para la entrada de compañeros flotantes.

El gol llegó en un momento bisagra y sirvió como desahogo y estimulación para aumentar y consolidar lo insinuado en los primeros minutos. Todo esto cambió en el arranque del segundo tiempo, donde después de un córner el árbitro cobró penal, y ante el gol del empate,  aparecieron otra vez los fantasmas o mejor dicho las dudas que por un momento nos hicieron tambalear. Aunque esta vez apareció ese fuego sagrado del jugador argentino, entonces con menos fútbol,  pero con mucho fervor e ímpetu Argentina consiguió, a mi criterio, un merecido triunfo. Centro de Gabriel Mercado y gol de Marcos Rojo,  interpretes impensados dándole la clasificación a octavos.

El futuro está ahí nomás, el sábado. Y la selección dio muestras en el primer tiempo de algo que hacía mucho no daba: dio sensación de equipo sin ser "messidependiente". Y eso es un muy buen aliciente para lo que viene.

Ahora comienza el verdadero Mundial y Argentina está más viva que nunca, por jerarquía individual e historia, nunca hay que darla por muerta.

Por Diego Fernández, ayudante de campo en Quilmes.

Foto: Olé