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24 de Abril de 2024

INTERÉS

Un día inolvidable para 65 familiares de soldados caídos en Malvinas

15 de Marzo de 2019

El último miércoles visitaron las nuevas 22 tumbas de soldados identificados a lo largo del último año. El minuto a minuto de una jornada única e histórica.

Malvinas

Apenas pasaron las 9 de la mañana en el cementerio de Darwin, en las Islas Malvinas. Los termómetros de los teléfonos celulares reflejan unos 3º centígrados, pero no hace frío. Casi no hay viento y el sol logró arruinar la amenaza de precipitaciones y abundancia de nubes. Decenas de rodillas se desploman sobre el mármol negro, ubicado sobre piedras blancas y delante de una cruz del mismo color. El silencio apenas se ve alterado por sonidos guturales de angustia. No hay gritos, no hay exclamaciones. El cementerio respira el sonido de llantos ahogados.

En un lapso de 5 minutos, unos 65 familiares acababan de acudir a esa zona de una pradera interminable y naturaleza muerta para reencontrarse con los seres queridos a los que estuvieron buscando durante 37 años. Son los integrantes de 22 familias que pudieron hablarle, dejarle flores, banderas, rosarios, postales, cartas viejas, cenizas de una madre fallecida, portarretratos, fotos antiguas y hasta fotos actuales de niños, mensajes armados con pequeñas piedras blancas del lugar a la tumba correcta. Esas familias que viajaron desde diferentes puntos del país para poder reencontrarse con los 22 soldados caídos en las Islas Malvinas y que fueron identificados en el lapso del último año.

El sentimiento de cada uno de los protagonistas es único. No es transferible. De hecho, resulta imposible tomar dimensión de lo que está en juego durante esos primeros segundos entre estas mujeres ya octogenarias y las tumbas donde yacen sus hijos, a los que, en muchos casos, vieron por última vez cuando éstos tenían entre 18 y 20 años. Pero sí es posible concebir la magnitud del evento. Sí es posible sentirse testigo de un acto que es histórico para la Argentina y que resulta una bisagra para la vida de estas personas.

Los ojos de los protagonistas están explotados. Párpados hinchados, narices rojas y unas muecas que convergen la tristeza de la confirmación fehaciente de la muerte de su familiar y la felicidad de haber podido encontrar el cuerpo, de poder rezarle, hablarle o susurrarle a la lápida correcta.

Esos primeros 15 minutos de emoción extrema se encontraban en las antípodas del clima festivo que se respiraba unas 13 horas antes, en el subsuelo del hotel El Conquistador en la Capital Federal. Ya no quedaban rastros de ese jolgorio y relajación en el hotel del centro porteño mientras se comían cazuelitas de ravioles con salsa rosa y tablas de salchichas y fiambres. El clima del cementerio tampoco estaba ni un poco relacionado a lo vivido apenas instantes antes por las familias, durante los trayectos en micro desde el aeropuerto militar de Mount Pleasant hasta el cementerio.

Ese recorrido en el medio de ese paisaje verde pajoso, opaco, y en el que, durante los 40 minutos de viaje, solo se vieron cientos de ovejas. Una vez que se realiza ese recorrido, resulta imposible sorprenderse al escuchar la estadística de los ciudadanos locales en las islas: por cada habitante de Malvinas hay unas 170 ovejas.

Pasaron ya 20 minutos de la llegada de los familiares al cementerio de Darwin y si bien algunos se recompusieron, la escena no cambió demasiado. Todavía prevalece ese vínculo íntimo entre esas madres, hermanas, padres, tíos, sobrinas y las tumbas. En las lápidas no hay rangos militares, solo se encuentran los nombres de los hombres que yacen allí debajo. No es momento de recordar épicas militares ni circunstancias de fallecimiento. Es hora de recuperar ese vínculo que existía en los hogares, ese factor que ni los compañeros del frente de batalla llegaron a conocer a fondo.

"Este es el día de las familias. Es el día de las madres. No hay nada más que eso y hay que respetarlo. Es muy difícil poder llegar a interpretar la profundidad de lo que está viviendo esta gente ahora", dice Geoffrey Cardozo, el ex militar británico que en 1983 tuvo la responsabilidad de hacerse cargo de los soldados muertos argentinos desperdigados por las Malvinas y quien aportó el primer granito de arena a la creación del cementerio de Darwin.

Aún sin que el viento empezara a soplar con fuerza puede verse a Cristina Lera, con sus 83 años, en silla de ruedas y con dificultades severas de audición, lanzar besos con sus manos a la tumba de su hijo Luis Guillermo Sevilla, en la tumba ubicada en la columna 8 de la fila 2 del Sector A. Ya antes había esperado en el aeropuerto de Ezeiza y viajado en el avión privado que regaló la empresa Andes a la comitiva con el portarretrato de su hijo en mano.

A unos 25 metros de allí, sobre el Sector B, hay dos mujeres sentadas. Ambas con gafas negras para cubrir el hinchazón de los ojos de tanto llanto. Ellas son Nora, la hermana menor de Víctor Rodríguez, quien yace en la tumba 11 de la fila 5 y Mabel Godoy, quien fuera su novia al momento de que el oriundo de Lomas de Zamora fuera enviado a la guerra.

"Es como una manera de cerrar todo el círculo. Después de todo el odio, la bronca, el rencor, las peleas y la angustia que hubo en estos 37 años, llegó el momento de encontrar nuestra paz con Víctor. Y todo esto lo cerramos con un profundo sentimiento de amor", explica Mabel Godoy.

La mujer de 53 años era la novia de Rodríguez en 1982. Llevaban apenas un año en pareja. Se habían conocido en una "fiesta de la primavera" y consolidado la relación durante una caminata a Luján.

Pocos años después de la muerte de Rodríguez en Malvinas, Mabel se casó con otro hombre y tuvo dos hijas, que hoy cuentan con 27 y 28 años. Sin embargo, recién hace dos años volvió la inquietud a su cuerpo sobre lo que había ocurrido con el cuerpo del soldado del Regimiento 7. Mientras leía un diario de La Plata, se interesó por la noticia de que una escuela pública de Banfield había puesto de nombre a uno de sus salones principales "Víctor Rodríguez". Se puso en contacto con el impulsor de la medida, un ex compañero de Víctor en batalla, y entre ambos llegaron a Nora, a quien acompañaron a la hora de las pruebas de ADN, en 2017. La identificación de Rodríguez se concretó en noviembre del año pasado.

Ya pasó más de media hora del primer contacto y de a poco amanecen síntomas de relajación. Se presentan las sonrisas y lo que hace unos instantes eran cuerpos desparramados por los suelos del cementerio de Darwin presos de la congoja, ahora el clima mutó hacia las primeras sonrisas y a los agradecimientos. Así, el veterano Julio Aro y la periodista Gaby Cociffi, dos de los principales impulsores del proyecto de identificación de los hasta entonces "Soldados argentinos solo conocidos por Dios", se paseaban por las tumbas recibiendo abrazos y brindando caricias en las espaldas de aquellos familiares que lo necesitaran.

Poco antes de que un gaitero del Royal Regiment de la Guardia Escocesa entonara los sones de "Lament", se destacó la figura de Lorna Márquez, quien junto a su hermano brindó a su tío Rubén Márquez quizás la ofrenda más particular de toda la mañana malvinense: arrojó junto a la tumba 9 de la fila 5 en el sector B nada menos que las cenizas de su abuela y madre del soldado muerto en combate.

"A lo largo de todos los años, se convirtió en un clásico ese pedido de nuestra abuela Elda. Mientras ella buscó durante tanto tiempo el lugar donde estaba enterrado su hijo, nos repetía una y otra vez 'si me llegara a pasar algo y me muero antes de que lo encontremos, quiero que me cremen y lleven mis cenizas al lado de donde esté él", explicó Lorna.

"Por eso, para nosotros este viaje fue el cierre de un doble círculo. Por un lado, pudimos encontrar finalmente dónde estaba nuestro tío y por otro, pudimos cumplir con el deseo de la abuela. Eso no sabíamos si íbamos a poder lograrlo, y es muy emocionante", reflexionó entre lágrimas. Elda murió hace 11 años, pero una vez que surgió la posibilidad de identificación del cuerpo de Márquez, la familia optó por exhumar el cuerpo y cremarlo. Desde hoy en adelante, ambos descansarán juntos.

El cementerio de Darwin está, básicamente, en el medio de la nada. No hay señal de internet para los celulares. Ni siquiera existe una fuente de electricidad. Es por eso que para el discurso del padre Ponciano Acosta, acompañado de su par de Malvinas, el padre Ambrosio, se utilizó como proveedor de energía de los parlantes la batería de una camioneta 4×4 local.

El cementerio cambió su imagen de una manera abrupta a lo largo de los años. A 1983, la mitad de las 237 cruces figuraban con la lápida "Soldado argentino sólo conocido por Dios". Hoy quedan apenas 10.Resultó clave el Plan de Proyecto Humanitario en el que en un tramo de poco más de dos años, se logró resolver el misterio sobre las identidades de 112 de 122 soldados que aún estaban sin reconocer a principios de 2017.

 Precisamente, la concreción final del proyecto también reposó en los hombros del empresario Eduardo Eurnekian, quien al mando de Corporación América y con la colaboración de personas como Matías Patanian o Martín Eurnekian, hizo realidad los traslados de los viajes de los familiares, tanto el de hoy como el de 16 de marzo de 2018.

Mientras Ponciano brindaba sus palabras a la gran cantidad de fieles creyentes, había dos mujeres que se mantenían inamovibles delante de la lápida de su familiar. Ambas estaban ante un mármol negro con la inscripción "Soldado argentino solo…", pero que tenía una hoja en blanca sostenida por piedras encima. En el papel se escribía el nombre de Carlos Alberto Frías. Y esas madre e hija que portaron gorros fucsia fluorescentes de lana en toda la jornada, fueron, casi sin proponérselo, dos de las grandes protagonistas del día.

Hasta el martes a la tarde se había comunicado que unas 20 familias se reencontrarían con los soldados identificados en el período del último año. Sin embargo, en la noche de ese mismo día, la Comisión de Familiares de Caídos en Malvinas y la Secretaría de Derechos Humanos informaron que dos soldados habían sido identificados a último momento. Uno de ellos fue Frías. Por eso, su cuñada Fermina Ojeda y su sobrina Cynthia Frías no paraban de llorar al relatar la sorpresa.

"No nos queremos mover de acá. Nosotros estábamos contentas por venir a Malvinas, pero íbamos a pasearnos sin tener la certeza de dónde estaba Carlos. Cuando ayer me comunicaron la noticia, lo llamé a mi marido, que está allá en Corrientes y no pudo venir, para contárselo. Estaba como loco, saltaba por las paredes, me gritaba al teléfono. Ahora espero que puedan venir los padres de Carlos y mi marido, su hermano. Ellos son los que más necesitan estar acá", advirtió en el medio del llanto Fermina a este medio.

"Este plan es un legado y una enorme lección. Porque cuando priorizamos el diálogo sincero despojado de mezquindades políticas, los resultados positivos se alcanzan", reflexionó, a su vez, el secretario de Derechos Humanos, Claudio Avruj, quien estuvo desde un primer momento en compañía y contención de los familiares.

Son las 12 del mediodía y Omar Tabárez, quien fuera parte de la orquesta militar argentina en Malvinas, entona el "Minuto de Silencio" con la misma trompeta que había perdido en su momento y que le fue devuelta por un par británico más de dos décadas después. El músico está nervioso, conmocionado. Su exposición apenas dura unos segundos. Suficiente como para que rompa en llanto al finalizarla y se pierda en un nudo de abrazos de familiares y otros veteranos de guerra invitados a la cita.

La palabra final queda en manos de Fernanda Araujo, la presidenta de la Comisión de Familiares de Caídos de Malvinas y quien tuvo la oportunidad de conocer la tumba de su hermano Elbio Araujo durante el primer viaje de visita y reconocimiento, el 16 de marzo de 2018. "Esta vez es muy diferente a la otra. Hoy estoy feliz, ya no tengo esa carga emocional tan pesada sobre mis hombros como en el viaje anterior. Hoy quiero disfrutar todo", le había dicho durante un breve diálogo en el avión, durante el trayecto de ida a Malvinas.

Araujo se muestra con el micrófono y ante la multitud sonriente, fuerte y, especialmente, agradecida. En medio de un clima de castigo semejante por las secuelas de la guerra, la hermana del caído destaca una y otra vez el hecho de haber podido concretar 112 identificaciones por medio del diálogo, de la aceptación de las diferencias y el entendimiento entre partes. "Gracias", fue la palabra que más veces enunció durante su discurso.

Y mientras las nubes empiezan a cubrir el cielo de Malvinas y el terreno permanece con ese verde opaco, gastado, algunos colaboradores de la organización empiezan a apurar la salida de los visitantes al grito de "a subirse a los micros, vamoooos. Hay que subirse a los micros". Al parecer, si se supera la hora límite de las 16 horas, Malvinas podría verse presa de ráfagas de viento muy violentas que podrían impedir que la comitiva de casi 200 personas regresara a Ezeiza.

Son las 17:01 del miércoles y las últimas líneas son escritas sobre el avión de regreso a la ciudad de Buenos Aires. El clima en la cabina es de aplomo. Las familias permanecen sentadas en sus butacas. La gran mayoría de ellos no durmió más de una hora y media durante la última noche. El aluvión emocional de la mañana dio lugar a la paz. Y quien escribe no puede quitarse de la cabeza la imagen de Cristina Lera, que pese al pedido de los ayudantes de subirse a los micros, ella permanecía en su silla de ruedas, pegadita al mármol negro con la inscripción del nombre Luis Guillermo Sevilla. Ella, como tantas otras madres octogenarias que estuvieron hoy en las Islas Malvinas, se vieron de frente con la tumba de sus hijos por primera vez en su vida. Y posiblemente, también haya sido la última. Cómo habrán hecho para superar ese dilema y subirse a un autobús.

 

 

 

 

 

 

Fuente: Infobae

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